Erigida en el siglo XIII, la iglesia de San Martín Obispo se construyó apenas un siglo después el rey Alfonso VI reconquistase la zona, posiblemente entre los años 1240 y 1250. De su primitivo trazado sólo ha llegado hasta nosotros la cabecera, el único elemento que no fue demolido tras la profunda transformación llevada a cabo a finales del siglo XVI o principios del XVII. Fruto de aquellas obras son las tres naves actuales, que quedan separadas por columnas toscanas, unidas entre sí mediante arcos de medio punto. También fueron incorporados un coro, una sacristía y una nueva torre.
Sin duda, el elemento más importante del templo es su ábside mudéjar, uno de los pocos que se conservan en la Comunidad de Madrid y que hacen que esta iglesia sea, desde 2017, Bien de Interés Cultural en la Categoría de Monumento.
La iglesia se construye teniendo en cuenta modelos arquitectónicos del mudéjar toledano, en especial la antigua mezquita y luego ermita del Cristo de la Luz, siendo ésta la obra que parece ser más influyente en la modelación del ábside de la iglesia de Valdilecha. La piedra, en combinación con el ladrillo, son los dos materiales que aquí se utilizan.
El exterior del ábside -que está orientado hacía el este- puede admirarse bien desde el atrio de la iglesia y desde la calle Fray Luis, y nos muestra en su centro una ventana estrecha, de las llamadas saeteras, que se ha beneficiado considerablemente de la restauración (por cierto, premio Nacional)de que fue objeto el monumento a fines de los años 70 y que se muestra rodeada de un triple arco: el interior o marco de la ventana es un mínimo arco de medio punto, el medieval es de herradura ojival, y el exterior es de herradura ojival lobulado, estando el conjunto a su vez rodeado de un marco de ladrillos.
Otra ventana exactamente igual a ésta puede verse en el lateral meridional del ábside, y una tercera, idéntica, existía en el primitivo edificio, que ahora ya no puede verse, porque ese lateral septentrional del ábside está oculto por la adición del edificio de la sacristía. El color ocre pálido de los ladrillos contrasta armónicamente con el blanco grisáceo de la caliza. Bajo el tejado corre una cornisa de ladrillo con salientes escalonados; y más abajo, el adorno de una línea de esquinillas para intercalar un saliente cuadrangular.
El espectador atento podrá distinguir en una de las piedras trazada una cruz griega, signo que probablemente formaba parte de un primitivo Via Crucis.
Aún en la subsiguiente pared meridional, en el exterior del ante ábside, se conservan dos ventanas pequeñas de medio punto, en ladrillo, que correspondían al primitivo mudéjar.
El Pantocrátor
Los murales pintados al fresco fueron redescubiertos en el año 1976 por el párroco Antonio Moreno, quien intuyó su presencia debajo del yeso que los cubría cuando descolgaba el retablo.
Muestra la decoración pictórica en su parte alta, a saber, en la bóveda, la figura del Pantocrátor o Cristo sentado en un gran sillón y encerrado en la mandorla u óvalo almendrado. Se ha perdido la parte superior y sólo pueden verse con nitidez la parte de la piernas, cubiertas por una túnica rojiza y por un manto blanco, y los pies descalzos; alrededor de Cristo y dentro aún de la mandorla destaca el cielo azul salpicado de estrellas y planetas diminutos. Acudir al magnífico Pantocrátor de la iglesia leridana de Tahull o incluso al de la mezquita árabe luego convertida en iglesia cristiana del Cristo de la Luz de Toledo -la hermana gemela de la valdilechera- puede ser un buen recurso para completar mentalmente las partes que faltan, y en especial el rostro ausente de la figura central.
A los lados del Pantocrátor y rozando su mandorla, se conservan en la parte inferior del mismo, aunque incompletas, las figuras simbólicas de los evangelistas San Marcos (el león alado: en la parte inferior izquierda) y San Lucas (el toro alado: en la parte inferior derecha). Por arriba, en la parte derecha, aún quedan restos del águila, símbolo de San Juan, pero apenas nada puede verse del símbolo de San Mateo, el ángel. Dos ángeles, sin embargo, bordean la escena a derecha e izquierda de los que se han conservado una buena parte, especialmente del que se sitúa a la derecha del conjunto, con la curiosidad de las babuchas negras que calzan sus pies.
Más abajo de la bóveda corre, rodeando a ambos lados la ventana central, que es de medio punto, una sucesión de arcos ciegos de herradura ojivales, que son marcos en cuyo interior quedan débiles restos de la representación de un apostalado (sin duda incompleto, pues sólo hay 8 arcos, cuatro a cada lado de la ventana central). Tiene cada apóstol en la parte superior escrito su nombre en latín y se pueden aún leer los de Pedro, Pablo, Andrés y Simón. Las figuras elevan su mirada hacia arriba, hacia el Cristo de la bóveda.
En la parte inferior, de la que no quedan rastros pictóricos ningunos, corre un friso de arcos de medio punto entrelazados. Las paredes que prolongan el ábside hacia la nave central (ante ábside) muestran también haber estado pintadas, y de dichas pinturas queda algún que otro no desdeñable vestigio. Esa nave central era la única que constituía el primitivo templo, ampliado en el siglo XVII con la nave septentrional, la sacristía, el coro a los pies de la iglesia y la nueva torre, que sustituiría a la del antiguo templo. Con posterioridad se construyó la actual nave meridional.
Lo que hoy es atrio era entonces, según se acostumbraba el cementerio, situado detrás de la iglesia porque la entrada principal estaba por el lado norte.
Las excavaciones realizadas como colofón de la restauración en el suelo del ábside de la iglesia han distinguido diferentes pisos en el mismo y han descubierto también enterramientos en las zonas laterales. Todo lo cual puede contemplarse ahora, puesto que se ha dejado al descubierto para tal fin.
Una talla del siglo XVII
Entre las imágenes que alberga en la actualidad la iglesia destaca por su antigüedad el Cristo Crucificado que preside el altar mayor, una maravillosa talla del siglo XVII.